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el ejército de los tristes
Ayer tuve una comida con mis compañeros de trabajo. De camino al restaurante, pasando por delante de la playa de Samil, el cielo adquirió un tono gris eléctrico que proyectaba una especie de luz alucinada sobre el paisaje. Decidí parar cinco minutos y darme una vuelta por la playa. Al bajar del coche me sorprendió ver tantos automóviles en la misma fila, justo delante del paseo. Mientras caminaba me fijé en los ocupantes: personas solas, mirando fijamente la silueta de las Cíes, todas las variedades posibles de música melancólica saliendo por las ventanillas levemente bajadas. Me sentí como un general sargento que estuviera pasando revista a su batallón. Una escuadra de gente triste, inmersa en una suerte de spleen tormentoso, observando el mar sin mirar a ningún punto concreto con la compañía invisible de sus vecinos de aparcamiento por todo referente humano. De pronto comenzaron a caer gruesas gotas de lluvia. Saqué el móvil. Hice cuatro fotos. Me empapé. Corrí por el paseo de vuelta, delante de todos ellos. Parecía que estaba gritando: retirada!











(Volviendo en coche más tarde, un espectacular arco iris enmarcaba la ciudad desde Navia.)

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